Virgen de la Amargura
La obra del escultor zamorano Ramón Abrantes (1930-2006) que, al contrario de lo que pudiera pensarse y pese a haber recibido otros ofrecimientos, sólo dejó esta obra en la pasión de la ciudad del Duero, si exceptuamos la restauración que en 1961 efectuó en la talla de Jesús en su Tercera Caída.
Es un modelo clásica de Virgen “castellana”, si bien Abrantes imprime su carácter personal dotándola de ciertos matices novedosos ya que muestra un patetismo de una madre mirando al cielo con su brazo derecho reclamando el auxilio del Padre, pero pese al acusado abatimiento reflejado en su rostro no aparecen lágrimas en su rostro, muestra su dolor de forma serena.
Esta Virgen, es una imagen de las llamadas “de bastidor”, por tener sólo talladas en su totalidad la partes visibles, en este caso con madera de cerezo muy utilizada para ello por su tono y nobleza, el cuerpo es de madera de pino.
Llama la atención por su gran altura, 182 centímetros, por el intento de su autor por armonizarla con el conjunto escultórico de la Hermandad, formado por obras de gran tamaño.
Bendecida en 1959, viste túnica blanca de lamé plateado y desde 1963, un precioso manto de terciopelo negro bordado con cruces de oro, en los laterales presenta un diseño de grecas con motivos vegetales que lo dirigen hacia el centro del mismo donde en su interior se inscribe el anagrama coronado de la Virgen María.
La tradición indica que en el anverso de las cruces figuran los nombres de la personas que contribuyeron con sus donativos a su confección.
Representa a María, de pie, con la mirada dirigida hacia lo alto y la mano derecha alzada.
¡Cuánto dolor y pena encierran su mirada y la expresión de su rostro! Delante de ella, su Hijo, camino del Calvario tal y como narraba la advocación popular de los “Siete Dolores de María”: Verdaderamente, calle de la amargura fue aquella en que encontraste a Jesús tan sucio, afeado y desgarrado, cargado con la cruz que se hizo responsable de todos los pecados de los hombres, cometidos y por cometer. ¡Pobre Madre! Quiero consolarte enjugando tus lágrimas con mi amor.
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